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Dioses y Formas

Como un arquitecto de la forma voy trabajando únicamente la fachada sin considerar el interior ya que este se diluye como un infinito no fungible. 

Mi oficio es análogo al de un decorador amateur que pinta escenarios de películas de ciencia ficción. Me vendo como un pintor de fachadas. Y explico esto del pintor para aclarar que soy un artesano de manos limpias, de manos torpes o manos que se han ido atrofiando por el sonido de las teclas. Soy un artesano idealista o pintor sin oficio que una vez en acción no sabe meterle mano a su propia obra. Me limito a sobar y masajear las formas que ya fueron moldeadas anteriormente en el lineal de una fábrica, que es de donde salimos todos. 

Una vez metido en faena con el diseño de la interfaz, por el cual he sido contratado, no se ha tenido en cuenta la usabilidad del proyecto ni cómo se van a conectar los paneles de mandos con las funcionalidades concretas. Y es que de las tripas del proyecto nadie me ha informado. Me han contratado como diseñador, me han sentado delante de un ordenador y me han prometido que pagarán por adelantado, cosa que nunca se cumple. Un tipo alto y con las manos grandes me ha dicho que me ponga a diseñar y yo he obedecido por miedo a recibir una hostia con la mano abierta. Y es así como comienzan todas las cosas.

A priori es lo que llamaría “Química de lo Aparente”. Un careo antes de la pelea para ver quien intimida a quien. El objetivo no es claro pero supongo que será entretener para someter. Y es por ello que yo he sido fabricado en ese mismo lineal para estimular a nuevos diseñadores que a su vez deben entretener a una audiencia que demanda más adrenalina para sentirse estimulados. El círculo de la eterna felicidad que nos hace “Capullos de paso por este mundo” como diría Mcluhan. Yo el primero. 

Si pensamos en la evolución del teléfono, se ha diseñado y rediseñado tanto que ya casi ha perdido su función primigenia. Se ha producido una transfiguración tanto física como funcional. Y esto no lo digo como crítica. El efecto de la estética en la utilidad produce una enorme aceptación por una audiencia también cambiante, y lo que una vez fue un encuentro fascinante y efusivo, con el tiempo se ha convertido en algo desfasado y hortera. Digamos que un teléfono se ha creado a sí mismo extensiones que posibilitan nuevas formas. Esta transfiguración es la que yo deseo para mi propia corporalidad, incluso para mi propio pene; como un objeto que tiene la posibilidad de mutar. Extender mis propias limitaciones como humano para ser otra cosa y abrir nuevos caminos. Y no hay otro camino que las inducidas por la ciencia y la tecnología que tanto miedo me dan. Aquí dejo depositadas todas mis esperanzas hacia un punto y seguido.

Mi responsabilidad como diseñador es desarrollar una corporalidad elástica que me posibilite crecer en todas las direcciones. Crear nuevas funcionalidades, crear nuevas necesidades y dar acceso a un espacio sin barreras. Amplificar la interioridad como mundo sensible y explorar nuevas galaxias así como Dios nos trajo al mundo.

Y esto no se hacerlo de otra manera que no sea creando ventanas de acceso o tablas ornamentadas como las tablas de Moisés. Y doy fé, que esas tablas estarían bellamente decoradas por el cincel de un Dios muy cabreado pero con la voluntad de trasladar su palabra y amansar a los simples mortales. Y no fueron solo letras unas detrás de otras. Se amansa por el delicado bordado del efod; de oro, de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y lino fino torzal. Con la Morada bellamente decorada, con sus broches, sus toldos de piel de carnero teñidas de rojo, y con sus trazas de fino cuero y velo protector. Todo hecho como Dios manda.

En apariencia, soy un diseñador amigo de lo opuesto, como un infiltrado en las filas del enemigo que trata de calmar el ánimo de las tropas. Soy un bufón que divierte y no advierte de una batalla perdida. Pero no olvido que soy uno más del montón, que no lidero legiones de proartistas ni vislumbro a través de los muros.

Todo es fachada y es aquí donde trabajo con el cartón piedra, para ir construyendo los diversos escenarios de películas de bajo coste. Muy lejos del artesano que proclama y exalta W. Morris (y juro por lo más sagrado que lo he intentado), pero mi mano no construye mi propia voluntad, solo levanta mi orgullo. Mi mano solo sirve para tener dedos. 

Yo sigo llamándome artesano, pero un artesano de la exterioridad. Tocando sin tocar. Buscando aliados en cualquier parte, para llevar a cabo la idea de estampar la piel de los vivos con formas digitales. Pero esto no es para siempre, el gusto es caprichoso y no busco infinitos en los que permanecer. Solo me encontraréis en el escenario dando vueltas y más vueltas hasta salir disparado como un cohete, rumbo hacia aquellas galaxias del fondo. Más allá de los bellos edificios ahora demolidos que solo conservan su tétrica fachada.

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